Unidad y federalismo por otros 4 años de realizaciones- Apoye lista verde 10 de Agosto

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Federalismo y unidad - Vamos por otros 4 años de realizaciones.

domingo, 21 de febrero de 2010

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EL PAIS › OPINION

El piso del Purgatorio

La paritaria docente, una historia para recordar. El federalismo previo versus la tensión actual. Los logros de un sistema complejo. El aporte fiscal nacional, los reclamos sindicales. La asignación universal, avances y restricciones. Argentina Trabaja, otro esquema. El agua y el niño, un dilema siempre vigente.

Por Mario Wainfeld

Imagen: Rolando Andrade.

La paritaria nacional docente se implantó por vía de un decreto que reglamentó la ley de Financiamiento Educativo, aprobada por un amplísimo arco parlamentario, con mayoría aplastante. La ley no nació de gajo, pues fue consecuencia de años de lucha del sindicalismo docente, liderado por la Ctera. La Marcha Blanca y la Carpa Blanca fueron estadios de esa gesta gremial, que tuvo en sus momentos amplio apoyo mediático y político.

Antes, era enorme la dispersión de los salarios docentes, disparidad que perjudicaba especialmente a los de las provincias menos ricas. Forzados a pelear de a uno, contra antagonistas locales poderosos, los docentes tenían todas las de perder. La descentralización de funciones, incluyendo educación y salud, resuelta durante el gobierno de Carlos Menem, acentuó la debilidad. Para colmo de males, a principios de este siglo (hace menos de diez años), durante los mandatos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, la malaria agravó la tendencia. Sueldos ínfimos, a menudo pagados en cuasimonedas de curso provincial de valor usualmente menor que el nominal. Para que los maestros no se enviciaran, era normal que se los liquidaran con mora de meses.

La conciencia de los trabajadores, la aceptación social de su reclamo, un consenso infrecuente en nuestra cultura política conjugaron para que la reivindicación se hiciera ley. Una conquista construida en la sociedad civil, merced a luchas populares, transformada en norma con aprobación casi unánime. He ahí un simpático ejemplo de institucionalidad, que debería ser tratado con más cariño y con menos falacias que las que se propalaron en esta semana.

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El incentivo: El incentivo docente es otra decantación de esas bregas. Consiste en un plus salarial para cada cargo, abonado por el fisco nacional, la detestable “caja”. Suma fija que impacta más en los haberes más bajos. Según cifras del Ministerio de Educación, desde 2003 los fondos destinados al efecto se multiplicaron por seis: de 330 millones de pesos a 2180 millones. El incentivo forma parte del salario, su vigencia vencía este año, se prorrogó.

En pos de homogeneizar, parcialmente y a la suba, el salario docente, la paritaria nacional fija un piso inderogable, que las provincias pueden mejorar. No es una escala salarial, ni un porcentual obligatorio, es algo homologable al salario mínimo para el conjunto de los trabajadores. Desde que asumió la presidencia Néstor Kirchner, el salario real de los docentes subió significativamente, según cálculos de la ONG Cipecc.

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Las provincias, adentro: Una paritaria docente es, en el hiperbólico tramado gremial, todo un desafío. Hay cinco confederaciones nacionales, 120 sindicatos dispersos en la geografía provincial. En la Ciudad Autónoma se sientan a la mesa de la convención colectiva 17 sindicatos.

El acuerdo cerrado en estos días, como marca la ley, se tramitó con participación de los gobiernos provinciales, representados por sus ministros o secretarios del ramo en el Consejo Federal de Educación. Ellos suscribieron la papelería de rigor. El resultado no debió ser una sorpresa, como denunciaron algunos gobernadores, si es que cuentan con celulares abiertos a las llamadas de sus colaboradores.

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Money, money, money: El aporte del estado nacional incluye auxilio a las provincias que atraviesan dificultades para llegar al “piso”, actualmente son once. Según Educación, eso suma 3000 millones de pesos para 2010 a los que deben agregárseles 9000 millones de pesos de transferencia para sueldos de docentes universitarios nacionales que la Nación paga en su totalidad.

Un total no baladí, aunque desde luego la carga mayor recae sobre las provincias. La paritaria de segundo grado es un engorro, porque muchos sindicatos pretenden que el aumento a categorías superiores emparde al del piso, que corresponde al primer escalón: el maestro sin antigüedad que cumple jornada simple. Los mandatarios provinciales (a voz en cuello) y funcionarios del gobierno nacional (sotto voce) rezongan contra esa práctica, seguramente imposible para sus finanzas.

Los sindicatos alegan, con parte de razón, que si no se procede así, se va achatando la pirámide salarial. Con la extensión, cuasi universalización de hecho, del beneficio jubilatorio ocurre algo similar.

Una cierta contención de los reclamos lubricaría el trámite. Para la dirigencia gremial no es sencilla, genera escozor entre los afiliados de sueldos medios.

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Federalismo, según pasan los años: El esquema dista de ser perfecto. Tensiona al federalismo: determina una base que las provincias no pueden soslayar. Y es intrincado al forzar un doble ejercicio de negociación, el general y los 24 provinciales. Es un sistema imperfecto, complicado, que mejoró mucho los sueldos, máxime los bajos y contrajo el abanico salarial.

El ejemplo contrafáctico en oferta es, hasta hoy, el pasado. Un federalismo vacío, con malas pagas y peor servicio que reproducía las desigualdades entre distritos. Esa era la realidad, por caso, cuando Carlos Reutemann era gobernador de Santa Fe, ahora (en los contados momentos en que elige no proferir guarradas) dice que lo añora.

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El Purgatorio y el piso: La paritaria nacional docente es un buen botón de muestra para parafrasear dos imágenes ilustrativas, concebidas por el ex presidente Néstor Kirchner y por el ex intendente de Morón Martín Sabbatella, ambos a la sazón diputados nacionales. Kirchner acuñó la imagen del tránsito del infierno al Purgatorio como misión de su mandato. El infierno era el escenario de 2001, consecuencia de las irracionales políticas noventistas y la inocuidad de los dos gobiernos radicales que lo precedieron. Con las reservas del caso, puede aceptarse que la Argentina accedió al Purgatorio, lo que significa una mejora general en un contexto insatisfactorio, de todos modos.

Sabbatella describió la saga del kirchnerismo proponiendo que elevó el piso en muchos aspectos pero que tiene un techo bajo, que (en su actual conformación y con los aliados que eligió) difícilmente pueda superar.

En materia social y laboral, el nuevo piso incluye avances tan significativos como provisorios e insuficientes. El infierno, la crisis, simplifica las demandas y las apetencias. El Purgatorio sofistica las pretensiones y exacerba los reclamos, consecuencia inevitable además de deseable. El desocupado ansía algún trabajo, cualquiera. El que accede a él y consigue cierta estabilidad eleva sus pretensiones salariales, cuestiona la calidad del transporte público, desea que sus haberes le ganen la carrera a la inflación, quiere salirse del último escaño de ingresos.

Una cuestión central, casi ajena al debate de campaña ya lanzado, es qué se pretende hacer con los pilares establecidos, que incluyen algunas reglas legales precisas (ausentes durante décadas): las convenciones colectivas funcionando con poder sindical, la cantidad de beneficiarios de alguna jubilación y la existencia de un coeficiente de ajuste semestral, fijado por ley. Esos parámetros pueden perfeccionarse, la impresión del cronista es que, en la oposición con más virtualidad electoral, no hay propuestas sobre cómo hacerlo. Su inquietud, allende la retórica, es que no tengan esa intención.

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